Iniciado el día, alistamos las cosas necesarias para hacer el descenso de río. Nos encontramos con el guía que nos conduciría tanto hacia la cascada como de regreso, y lo primero que hizo fue indicarnos que tendríamos que tomar un sendero que nos conduciría cuesta abajo hasta encontrar el río y de ahí seguirlo hasta la cascada.
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Entrando al agua
Caminando por el sendero, nos encontrábamos emocionados por lo que nos esperaba al llegar, solo se podía ver a la derecha gran cantidad y diversidad de árboles y vegetación que se movían cuesta arriba, mientras que a la izquierda podía apreciar solo las plantas que se encuentran en las orillas del sendero porque más allá se encontraba una bajada empinada indicando que en el centro se hallaba nuestro objetivo: el río.
Al encontrar el río pensé a simple vista que el agua iba a estar fría, pero eso es algo que se olvida al observar todo a nuestro alrededor; rodeados de empinadas bajadas llenas de vegetación, donde lo que pude ver es verdes hojas y lo poco de tierra que estas dejan ver, solo pensaba lo bien que se siente respirar en este rico y limpio aire que provoca que me sienta tan lleno de vida y energía y que no quería que se terminara, lo que instantes después me llenó de felicidad al ver hacia adelante y no verle final, solo un camino que continua pero que cada paso sabía que vería cosas nuevas y sorprendentes.
Caminando entre piedras y corrientes de agua que formaban una especie de toboganes y posas por las que se podía nadar comprobamos lo fría que estaba el agua, pero sin importarnos disfrutamos ese trayecto como es debido: lanzándonos para agarrar velocidad y caer en el agua, solo que en este caso no se podía repetir con tanta facilidad, ya que la corriente nos obligaba a continuar. Después del tramo de toboganes encontramos un codo donde la corriente era más fuerte por lo que tuvimos que hacer el primer descenso de no más de diez metros, y continuamos caminando.
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Toboganes y pozas
Llegamos a una parte del río donde supimos que tendríamos que hacer rapel; lo primero que vimos al llegar fue que de la piedra donde estábamos parados se descontinuaba de forma drástica, aquí no se anunciaban unas empinadas bajadas de tierra como en el sendero, sino que era como ver un hoyo en medio del cauce del río, ya que al otro lado se veía cómo otro sendero rodeaba aquel hoyo. Acercándonos mas se podía ver el agua que caía y se desintegraba en gotas gruesas y algunos chorros que, en conjunto con la corriente del aire, formaban remolinos, que entre vueltas y soplidos, parecía como si el aire y el agua bailaran juntos, fue entonces que nos dimos cuenta que era una caída larga, en un principio imaginábamos unos treinta metros, y que nos encontraríamos con un enorme volado, ya que podría ocurrir que la piedra nos estuviera tapando la vista del fondo donde caía y se volvía a juntar el agua para volver a correr. Ansiosos y emocionados comenzamos a descender en rapel uno por uno. Mi ansia solo crecía al escuchar los gritos y expresiones de asombro de mis compañeros antes de mí. La hora de bajar llegó y no podía evitar sentirme nervioso por hacer el rapel más largo que haya hecho a mi temprana edad de 16 años, pero por mucho superaba mi emoción de ver la razón por la que mis compañeros se impactaban.
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Antes de la gran cascada
Desde comenzado el descenso se podía notar que no eran treinta metros de caída, sino casi el doble, pero deje de pensar en eso cuando comencé el antes mencionado volado, donde puedes seguir descendiendo por la cuerda pero sin sostenerte o apoyar los pies en ningún lado, simplemente manteniendo la velocidad de bajada por la cuerda con la piraña y tus manos, pero en ese momento lo que menos se hubiera deseado es una pared en la cual apoyar los pies obligándote a mirar hacia ella cuando el verdadero espectáculo estaba a los lados y a tu espalda: una de las vistas más increíbles que he podido experimentar, ya que el baile que mencioné que se podía apreciar desde la cima de la cascada, era solo la presentación de todo un carnaval en el que participaban las gotas de agua de pareja con las corrientes de aire, marcando el ritmo de la música estaba la caída del agua en el fondo y el eco que este provocaba en una formación cerrada en triángulo, y con los acordes ambientalistas estaban los pájaros que pasaban cercanos cantando cada uno a su manera.
Con la cascada a mi izquierda, un paisaje encañonado detrás, a mi derecha y en frente una selva de maleza que cuelga de la tierra en que más arriba estaba parado, arriba el agua cayendo sobre mí y abajo donde toda esa agua llegaba me decidí a hacerle un nudo alrededor de la piraña para quedar estático y seguro para apreciar cada punto que en ese momento se me ofrecía, y es en esos momentos cuando se para el tiempo y sentí que podía ver en cada gota cayendo alrededor mío mi reflejo y todos aquellos lugares por donde esa gota paso, y comencé a darme cuenta de lo pequeño que es el mundo, y más aún lo pequeño que soy, pero que a pesar de ser tan diminuto son las acciones las que pueden hacer un gran cambio en las cosas que nos rodean, ya sea para mantener ese lugar y momentos vivos, para destruirlos o para cambiarlos no necesariamente para mal, tal vez solo para apreciar otro tipo de belleza, y solo podemos tener la certeza de que nuestras acciones o inacciones serán las que provoquen un cambio.
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Descenso por un lado de la cascada de las golondrinas
Después de mi momento de reflexión desate el nudo que me mantenía sin moverme y continué con mi descenso, que momentos después se volvió un poco más movido que el resto, ya que unos diez o quince metros antes de llegar al final, se encontraba la punta de una gran piedra en forma de pedernal que emergía de la posita al final (y también se veía igual de afilada), pero el problema no era lo afilado o lo grande de la piedra, sino que el lugar a donde la cuerda me dirigía era justo en medio de la pared y de la piedra (y creo que no hace falta explicar lo complicado que sería terminar justo en medio), por lo que unos cinco metros antes comencé a balancearme y seguir descendiendo para no terminar en medio y mejor deslizarme por la piedra. Ya abajo y nadando, aunque más empujado por la corriente que nadando, llegue a una playita donde se podía aun apreciar la caída de la cascada.
Esperando a que el resto de mis compañeros llegaban, descargue mi mochila y subí a una cañada que completaba el triángulo de la cascada y donde me senté a ver el descenso del último de mis compañeros, y ahí mismo, sin pensar o decir nada, observe todo a mi alrededor de nuevo…hasta que finalmente me llamaron para bajar, y de un salto desde esa altura (no estoy seguro pero creo de diez metros maso menos) al agua, aún más fría que en la que comenzamos este viaje, fue una forma personal de despedirme de ese apantallante lugar, porque el llamado del guía para continuar sabía que significaba que emprenderíamos la caminata cuesta arriba para regresar al sendero por donde llegamos.
Pero por suerte el regreso no es como muchos; falto de emoción o cosas nuevas por ver, todo lo contrario, lo divertido fue la subida, porque todos mojados y caminando en tierra también mojada era fácil resbalarse y darse cuenta de la frase “un paso adelante dos atrás”, pero por supuesto eso era lo emocionante.
Al llegar al transporte, que nos llevaría cerca del hotel donde nos hospedamos, todos y sin excepción, llevábamos una cara de satisfacción que se notaba a leguas, cansados físicamente pero con un alma entera y reparada, lista para reposar en una cama y continuar al siguiente día.