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Sehuaya desde otra perspectiva

Foto del escritor: Hector BarronHector Barron

Desde que tenía doce años empecé a salir a caminar solo a la montaña, me despertaba un sábado o domingo y sin decir nada me iba al Ajusco o al Xitle. También cuando iba de campamento con mis amigos, algunas veces me levantaba y me iba solo a caminar por unas horas a algún cerro cercano al campamento. Nunca lo planeaba, simplemente ese día despertaba con las ganas de irme a caminar a la montaña. Motivado, ya fuera por probar la cámara que mis papás me acababan de regalar, o motivado por la simple curiosidad de ver de dónde venía ese riachuelo que pasa por el campamento.

Esta vez no fue distinto, motivado, ahora, por la necesidad de hacer ejercicio y de que en esta parte de la paternidad es difícil salir, así que cualquier oportunidad se debe aprovechar. Me levanté y en vez de ir a correr me fui a los dinamos, a recorrer el cañón de Sehuaya solo.

Dejo el coche donde siempre, comienzo la subida que me hace recordar que tengo que hacer más ejercicio entre semana, pues mi corazón está a todo lo que da, aunque no creo que sólo se deba a que no he hecho el suficiente ejercicio. Le podemos sumar el peligro social que existe en ese lugar y otro aspecto que creo es lo que más hace latir mi corazón, es que voy solo en esta mañana de llovizna.

 

 

A ponerme el neopreno y a bajar el tobogán de entrada. No hay ahora quien baje primero a revisar la poza de recepción, tendré que poner una cuerda, bajar y revisarla yo mismo, volver a subir por la cuerda, al fin son sólo unos 3 metros sencillos que puedo volver a remontar a mano. Pongo el rapel para bajar, no recupero la cuerda y me meto a la misma poza que he visitado muchas veces. Sigue igual, sin verse el fondo por el color del agua, con la profundidad exacta para caer, sigue sin piedras en el fondo y con el agua de siempre, fría. A remontar, llegan mis pensamientos “vengo solo y ¿si me resbalo subiendo sólo con las manos? mejor pongo mi shunt en la cuerda”. Fácilmente subo y ahora sí a bajar el tobogán, esta vez no hay porque hacer tanto teatro así que a recuperar la cuerda. Último momento para volver atrás, mejor no lo pienso, no vaya a ser que me gane la tentación de no continuar y mejor voy al siguiente rapel.

Todo igual, plaquetas viejas con maillones viejos, el tronco junto a la caída de agua. A hacer lo que sé hacer, revisar la confiabilidad del anclaje, poner la cuerda, ver si llegan abajo las puntas, poner la cuerda en el descensor, bajar y recuperar. Estos simples pasos que un robot puede hacer, ahora los hago un poco más lento pues reviso por segunda y tercera vez esos pasos. Voy bajando y lo hago con más cuidado, voy solo. Si me pasa algo posiblemente la pase muy muy mal, pero confío en que es un cañón que conozco muy bien, confío en que es un cañón con casi nada de agua y corto, además confío en mis habilidades, confío en que es un cañón sencillo, confío en que he estado en lugares mucho más complejos. Son muchos “confíos” ¿Será exceso de confianza? No, es simplemente tratar de dar un número para poder medir el riesgo que estoy tomando y darme cuenta que ese número es pequeño. Tal vez debí haber avisado a alguien, pero nunca lo he hecho y no me he podido quitar ese mal hábito. Además de que seguramente a las personas que les dijera, me dirían que no lo hiciera, como siempre se ha dicho en las escuelas, “nunca vayas solo” y tal vez me convenzan de no hacerlo, pero recuerdo a Messner en su conferencia, diciendo “... escalé el Everest solo y sin oxígeno, cuando aseguraban que subir sin oxígeno era una muerte segura...”.

Segundo rapel, las plaquetas siguen en mal estado junto con sus maillones. No importa no pasaré mucho tiempo colgado en este pequeño rapel.

 

 

Por fin el tercer rapel y más largo de esta sección, siendo yo el único, creo que no se necesita poner el pasamanos. Trato de llegar a la reunión, pero la veo peligrosa, más de lo normal, mejor me aseguro de donde se pone el pasamanos para poder llegar a la cabecera del rapel con seguridad. Cabecera que ya está en el vacío y que te deja colgado trabajando. De nuevo los mismos pasos, chechar la confiabilidad del anclaje, poner la cuerda, ver que lleguen las puntas al suelo, poner la cuerda en el descensor y bajar. Regreso al agua fría y también me viene el recuerdo de cuando vine por primera vez a este cañón, esa vez mi pie se quedó atorado entre unas piedras a media bajada, nada de qué preocuparse un jalón y salió el pie, aunque ahora no es el mejor momento de recordar eso, mejor sigo haciendo las cosas con seguridad y con tranquilidad.

El primer escape del cañón, muy grande es la tentación de salirme aquí, de nuevo, mejor no lo pienso y sigo, lo que viene es más sencillo, claro con la confianza de cuando vienes acompañado. Llego a un lugar que siempre he desescalado y en ese momento recuerdo la cara de los alumnos cuando me ven desescalando en ese lugar, ahora los entiendo bien. Mejor pongo la cuerda y bajo por ella

.

Último rapel, también largo, pero evitable, “bueno pues ya estoy aquí no quiero irme a casa pensando en que no bajé esa caída”.

 

 

¡Recorrer el cañón solo fue muy rápido! ¡No puedo creer que lo haya recorrido en tan poco tiempo! Hace apenas unas horas estaba saliendo para allá y ya estoy de regreso sentado e

n mi computadora, como si nunca hubiera pasado. ¡Un momento! ¿Realmente pasó? ¿O es como esas experiencias que una vez que las hiciste ya no las ves tan difíciles y fuera de lo normal? ¿O Son tantas mis ganas de hacer un cañón en solitario, que lo soñé todo?

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